Página personal del Periodista Y Escritor Pascual Serrano

“Las heridas olvidadas nunca se curan. Así que filmo para curarlas”


5 cámaras rotas (5 broken cameras, 2011, Francia, Israel & Palestina)
Dirección:
Emad Burnat & Guy Davidi
Guión: Guy Davidi
Producción: Emad Burnat & Guy davidi

Emad es un joven palestino aficionado a las cámaras de vídeo domésticas. Vive en Bil’in, al oeste de la ciudad de Ramala, en Cisjordania. En 2005 las excavadoras israelíes llegan a Bil’in para construir un muro que delimitará el perímetro de un gigantesco asentamiento judío. Con su cámara Emad graba esta historia. 5 años y 5 cámaras de vídeo le harán falta a Emad para registrar la historia de la resistencia de su pueblo a la opresión israelí, y, en paralelo, el crecimiento de su hijo Gibreel Emad, nacido en los primeros días del movimiento ciudadano. Mientras los ataques israelíes destrozan una cámara tras otra y, con ellas, las vidas de algunos de sus compañeros, Emad sigue adquiriendo nuevas cámaras y filmando lo que sucede a su alrededor. Fue nominada al Oscar como mejor largometraje documental y recibió el premio al mejor director en documental internacional en el Festival de Sundance.

Estamos acostumbrados es ver palestinos histéricos y violentos. Estamos convencidos de la justeza de su lucha y de la desesperación de su vida, por eso creemos que siempre están así. Nunca sabemos cómo se llaman, cómo es su casa, qué hablan con su esposa cuando están en la mesa, no les vemos sonreír ni celebrar nada, ni siquiera un cumpleaños. Gracias a documentos como este podemos conocer a algunos, conocerlos y seguirles durante varios años, algo que prueba la complejidad y laboriosidad de este documental. El trabajo, que se desarrolla durante cinco años, se narra en primera persona, la de Emad Burnat. Junto a él, su esposa Soraya, palestina que creció en Brasil, de ahí la constante presencia de banderas brasileñas, en su casa, en su coche y en sus cámaras; y sus tres hijos. Como no podía ser de otra de manera, la historia de Cinco cámaras rotas es la de un pueblo reprimido y humillado que no se arrodilla y lucha. Pero a diferencia de lo que solemos ver en los noticieros, encontramos palestinos pacíficos, que se manifiestan de forma tranquila acompañados de sus hijos. No cambia eso la respuesta israelí: bombas de humo, golpes y disparos en fuego de real es el único lenguaje de la otra parte. Los militares disuelven con tremenda violencia, dejando muertos y heridos, cada manifestación de los vecinos de Bil’in. Pero nada de ello amilana a esta gente sencilla que se rebela contra una verja y el proceso de acaparamiento de sus tierras por parte de los colonos israelíes: grúas para derribar sus viviendas, ejército para desalojarles de los caminos, incendios de sus olivos…

Y mientras todo eso sucede, Emad Burnat no deja de grabar. Su esposa le reprocha que le van a detener de nuevo por culpa de su cámara y le increpa para que deje de filmar, pero no lo hace. Graba imágenes excepcionales: cómo los soldados israelíes disparan a quemarropa contra la pierna de unos de sus amigos ya detenido, inmovilizado y con los ojos tapados; cómo cae muerto por disparos amigos suyos que se manifestaban pacíficamente; cómo entran los soldados en su casa para detenerlo; cómo intentan agredirles los colonos. Así explica Burnat por qué graba: “Que se curen las heridas es un reto. Es la única obligación de la víctima, cuando las heridas se resisten a la opresión. Pero cuando me hieren una y otra vez, me olvido de los heridas que rigen mi vida. Las heridas olvidadas nunca se curan. Así que filmo para curarlas. Sé que pueden llamar a mi puerta en cualquier momento, pero yo seguiré filmando. Me ayuda enfrentarme a la vida, a sobrevivir”.

Algunos disparos impactan precisamente en alguna de sus cinco cámara rotas. Nadie sabría decir si casi muere por culpa de la cámara o se salva precisamente porque ella intercepta la bala. “Mantener los ideales de no violencia no es fácil cuando estás rodeado de tanta muerte”, afirma.

Y mientras todo eso va sucediendo, Emad ve a su hijo Gibreel crecer, y nosotros vemos a través de su cámara cómo le transmite la conciencia de un pueblo y el valor para luchar. Les enseñan a los niños el mapa de su tierra para que vean por qué se movilizan y dónde están las fronteras. Gibreel, con apenas tres años, va a las manifestaciones y, desde el coche, observa como se llevan detenidos a sus vecinos y amigos simplemente por llevar una pancarta y reivindicar la tierra de sus abuelos. Gibreel también va al entierro de los asesinados: “- ¿Papá por qué no matas a los soldados con un cuchillo? -Porque me dispararían. -¿Porque habría más? -Habría más soldados, sí. ¿Y por qué quieres hacerles daño? -Porque mataron a Phil. ¿Por qué lo mataron? ¿Qué les había hecho él?”. Esa es la conversación que tiene con el niño de cuatro años mientras están arreglando el coche. “Mientras arrancamos los fragmentos de la infancia, va quedando la ira”, es lo único que acierta a decir Emad.

El documental tiene una excepcionalidad que no se confiesa. Estoy convencido que además de las cámaras de Emad hay grabaciones de una cámara manejada por un israelí. De ahí las magníficas tomas recogidas de forma empotrada entre el ejército. No olvidemos que el documental está codirigido por nuestro protagonista y también por el israelí Guy Davidi, a quien pudimos conocer en el V Festival Internacional del Sáhara, celebrado del 8 al 13 de octubre en los campamentos de refugiados en territorio argelino. Se trata de “un trabajo compartido, pero hay funciones diferenciadas, yo edito las imágenes, doy forma y hago el guión, pero la historia es de Burnat”, nos explica. Afirma como prueba de incomunicación entre los dos pueblos que el hecho de “que un israelí venga a Argelia es ilegal, muy pocos han tenido la posibilidad de hacerlo. Afortunadamente yo no he sufrido ninguna consecuencia más allá de las críticas públicas del gobierno”. Respecto al conflicto arabeisraelí señala que “hay muchos activistas en Israel a favor de la paz y los derechos humanos. No hay una solución mágica al conflicto, sino muchas vías, y cada uno de esos caminos tienen unos obstáculos propios que debes superar. El problema requiere un largo camino con soluciones sólo a medio y largo plazo”. “Por otro lado -añade-, hay mucha gente que cree en la paz, pero no mucha dispuesta a luchar por ella y exponerse”.

Al final del documental descubrimos que, tras varios años de una sentencia judicial, el ejército se ve obligado a ejecutarla y derribar la verja. Es una victoria, aunque pequeña, para los palestinos de Bil’in porque los israelíes están construyendo ahora un muro de cemento algo más alejado del pueblo.

Mientras transcurre la proyección del documental en la noche del campamento de refugiados, los saharauis se ven identificados, la lucha de los palestinos por la tierra que les quiere arrebatar Israel es la misma lucha de los saharauis contra la ocupación marroquí. El documental recibió el Premio Especial del X Festival Internacional del Sáhara. Quizás porque todos comprenden que quizás no hay muchas luchas, sino una sola, la de los oprimidos contra los opresores, la de los débiles contra los fuertes. Pero será el enorme número de débiles y su firmeza lo que les hará fuertes y, entonces, el miedo cambiará de bando.

Texto en Carta Maior en portugués

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