Página personal del Periodista Y Escritor Pascual Serrano

Cuando la abstención es reaccionaria

 

En el pueblo navarro de Garínoain gobernó durante unos años un partido de ultraderecha llamado Derecha Navarra y Española. Lo curioso del asunto es que llegaron al poder con 18 votos de un censo de 376 electores. Fueron los únicos que se presentaron y de nada sirvió a los vecinos abstenerse, votar en blanco o votar nulo. Ese partido, con tan solo 18 votos, se hizo con las siete concejalías. Ni que decir tiene que todo el pueblo está furioso contra esos gobernantes, pero de nada les sirve.

En el Reino Unido, la derecha partidaria del Brexit logró ganar un referéndum donde el 28% del censo no fue a votar. Los estudios revelan que los abstencionistas eran más partidarios de su permanencia en la UE, de hecho en las tres regiones de mayor abstención (Londres, Escocia e Irlanda del Norte) ganó el No al Brexit. Al conocerse los resultados, miles de jóvenes que se abstuvieron salieron a la calle asombrados e indignados pidiendo repetir la votación.

En las últimas elecciones presidenciales norteamericanas, Donald Trump ganó con un 45% de los inscritos que no fueron a votar. Al conocerse los resultados, miles de estadounidenses salieron a manifestarse contra Trump.

Ahora, en las elecciones andaluzas, con una abstención histórica del 41,35%, la ultraderecha de Vox irrumpe con 12 diputados. Los estudios muestran que en los barrios de rentas altas hubo más participación y en los de rentas bajas fue donde hubo menos afluencia a las urnas.

Entre la izquierda española sigue viéndose con simpatía ese discurso de abstención rebelde, de quienes argumentan que ningún partido les representa y, por tanto, ninguno es digno de su voto. Entonces, en un gesto de sublime coherencia, dicen, no votan. De ese modo, añaden, ninguno gobernará con su voto y ellos podrán ir con la cabeza muy alta diciendo que no votaron al partido que sea noticia por alguna tropelía.

Se suele acusar mucho a los partidos de izquierda de no hacer las cosas bien. Para empezar, la izquierda que no gobierna, pocas cosas puede hacer mal (ni bien). Los partidos son responsables de sus decisiones en el ejercicio de su poder, pero si los ciudadanos no somos capaces de buscar otra alternativa o hacerles cambiar, y optamos por desentendernos y no ir a votar, quizás alguna culpa tenga esa sociedad de que terminen alcanzando el poder otros peores.

Por supuesto que hay que organizarse en la calle, movilizarse en asambleas, colectivos… Pero las leyes se siguen decidiendo en los Parlamentos, de modo que las reivindicaciones solo serán eficaces si se reflejan en una votación parlamentaria. De ahí la patética -por inútil- reacción de miles de personas que no votan y luego salen a las calles a protestar por los resultados.

Me temo que la abstención activa de la izquierda se está convirtiéndo solo en un mecanismo para desentenderse de cualquier responsabilidad con las consecuencias políticas de un resultado electoral cada vez más de derechas. Con los ejemplos que he detallado he querido mostrar que el sistema está perfectamente pensado para digerir la rebeldía del abstencionista y casi me atrevería a decir que el propio sistema se alegra de eso. Porque al fin, el resultado es que un sector social potencialmente rebelde, con su abstención, provoca una consecuencia reaccionaria porque consolida el sistema, o incluso su retroceso. La abstención no solamente termina siendo inocua para el modelo, sino que además ayuda a reproducirlo en la medida en que esa abstención “díscola” y “subversiva”, a efectos prácticos, reproduce los mismos porcentajes de voto que arroje el recuento. O sea, que si Vox sacó un 11% de voto en Andalucía, a todos los efectos es como si el 11% de los abstencionistas hubieran votado a Vox. Habrá que decirlo más alto: Ningún abstencionista puede darnos lección alguna a un votante de izquierda.

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