Página personal del Periodista Y Escritor Pascual Serrano

Las lecciones de Haití

Haití ya tiene presidente. Será René Preval. De 63 años y formado en Bélgica, fue miembro del movimiento izquierdista Honor y Respeto por la Constitución, presidió un comité que investigó las desapariciones durante el régimen dictatorial de Duvalier y militó en la Organización Política Lavalas, coalición que llevó a la presidencia del país a Aristide tras la victoria en las elecciones de diciembre de 1990. En 1991 fue nombrado primer ministro y además asumió las carteras de Interior y de Defensa Nacional.

El golpe de Estado del 30 de septiembre de 1991 encabezado por el entonces general jefe de las Fuerzas Armadas, Raoul Cédras, derrocó al presidente Aristide, y Préval se vio obligado a pasar a la clandestinidad.

Al año siguiente, Aristide volvió a la presidencia de Haití, bajo protección de EEUU, pero Préval no reasumió entonces ningún cargo en el Gobierno.

En 1995 presentó su candidatura a la presidencia de la República al frente de Lavalas y obtuvo el respaldo mayoritario del 87,9 por ciento del escasísimo electorado que participó en las elecciones. Preval ha sido, sin ninguna duda, votado por los mismos sectores humildes que apoyaban a Aristide. Por ello es importante recordar que el 29 de febrero hará dos años que Jean Bertrand Aristide fue derrocado por una intervención militar protagonizada por Estados Unidos y Francia. Fueron marines norteamericanos los que sacaron del país encañonado al presidente democráticamente electo, tal y como denunciaría después en su exilio africano. Ya antes, Estados Unidos había preparado la operación bloqueando cualquier ayuda económica y financiera que pudiera aumentar el apoyo al gobierno, desplegando miles de marines en la frontera dominicana y entrenando a grupos paramilitares y ex miembros de escuadrones de la muerte del anterior gobierno dictatorial de Duvalier.

Una vez consumado el golpe con total impunidad internacional, el Consejo de Seguridad maquilla el resultado autorizando el despliegue de una Fuerza Multinacional (MINUSTAH) a la que incorporan, junto a las invasoras norteamericanas y francesas, tropas latinoamericanas como modo de aparentar formas respetuosas con la región. Durante la presencia de esta supuesta fuerza de paz que invadió un país donde no existían los ejércitos, la violencia se disparó. Entre 3.000 y 5.000 exmilitares se agruparon en bandas armadas, los sectores más empobrecidos del país que apoyaban a Aristide se organizaron también y las acusaciones de represión y crímenes contra la policía nacional haitiana y las tropas de la ONU no cesaban. Cada movilización de protesta terminaba con algún muerto por balas procedentes de los cascos azules de la ONU. En julio, un enfrentamiento de diez horas de tiroteos entre tropas de MINUSTAH y pobladores del suburbio de Cité Soleil terminó con 7 hombres armados muertos según las fuentes oficiales o 23 civiles asesinados, según las extraoficiales. Baste como ejemplo, que el segundo comandante de la Fuerza de Paz, el chileno Eduardo Aldunate, fue miembro del departamento más represor de la dictadura de Pinochet y estuvo involucrado, según la familia, en el asesinato en Chile del español miembro de la ONU, Carmelo Soria. Todavía queda sin esclarecer la muerte del jefe militar de la misión, el brasileño Urano Teixeira da Mata, quien, según las informaciones oficiales, se “suicida” tras mantener una fuerte discusión con la oligarquía haitiana que pide que las tropas intervengan militarmente en los barrios pobres para imponer el orden.

La victoria de Preval el pasado 7 de febrero tampoco fue fácil. Las elecciones se iban postergando durante meses. Los sectores populares de los barrios pobres de Puerto Príncipe, en su mayoría seguidores de Aristide y Preval, llevaban días denunciando que no se instalaban mesas electorales en sus barrios y debían andar varias horas para llegar a los centros de votación. Siete días después de la votación, el Consejo Electoral Provisional no había concluido la contabilización de las papeletas, pese a que debió dar los resultados a las 72 horas del cierre de los colegios. Durante este recuento, aunque Preval alcanzaba el 60 % de votos frente al siguiente candidato que sólo tenía el 11,8, en el último momento el organismo electoral anunciaba a los medios que la votación por Preval había descendido hasta el 49 por ciento, mientras la página web de esa institución reflejaba entonces un 52 por ciento a su favor. Un cifra por debajo del 50 impediría a René Preval acceder a la presidencia en primera vuelta. Dos de los integrantes del Consejo Electoral denunciaron manipulación en la tabulación de los votos y en un vertedero del país aparecen decenas de miles de votos de Preval autentificados por los interventores electorales. El mutismo es la respuesta internacional, sólo un editorial de Granma denuncia que Estados Unidos intenta imponer la segunda vuelta en Haití.

El pueblo haitiano sale a la calle indignado donde es reprimido por los cascos azules con el balance de un muerto y varios heridos. Una semana de tensión, movilizaciones populares y amenaza de violencia y caos es necesaria para que los miembros de la comisión electoral y la OEA reconozcan la victoria de René Preval.

Dos conclusiones parecen evidentes. La primera, que el pueblo haitiano ha vuelto a apoyar el espíritu del gobierno que les fue arrebatado con impunidad por aquel golpe e intervención en enero de 2004. Y la segunda que sólo un pueblo movilizado en la calle puede lograr que sus deseos sean realidad en las democracias representativas. No basta ganar democráticamente unas elecciones, los peligros, amenazas e injerencias son tantas que es necesario acompañar los votos con una acción de defensa de la voluntad popular. Sucedió en 2002 en Venezuela en el golpe de Estado que sólo pudo neutralizarse con millones de ciudadanos en la calle exigiendo el retorno de su presidente constitucional Hugo Chávez y ha vuelto a repetirse en Haití esta semana. Por su parte, también los gobernantes pueden sacar su propios balance. Sólo sus pueblos serán quienes eviten su derrocamiento, la ambigüedad de Aristide en el último periodo de su mandato desatendiendo las reivindicaciones de importantes sectores populares impidió que éstos le defendieron que la contundencia necesaria. Es por tanto a la gente a la que se deben los gobernantes, porque su futuro va unido al de ella.

El nuevo presidente de Haití encuentra un país que nunca logró sacudirse el dominio de Estados Unidos, con un 80 por ciento de los 8 millones de haitianos en la pobreza, un salario medio de un dólar y un expectativa de vida por debajo de los 50 años. Eso sí, pagó puntualmente 52 millones de dólares en el año 2005 al Banco Mundial como parte de su deuda externa de 1.500 millones. Muchas cosas han de cambiar con urgencia en Haití.

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